Como decía Descartes: “Mi vida estuvo llena de preocupaciones por cosas que nunca pasaron”. Hay estudios que demuestran que más del 80% de nuestros pensamientos diarios se centran en problemas que no llegan a ocurrir. Por eso, anticipar problemas o estar recordándolos no nos aporta nada positivo, más bien al contrario: nos distrae del momento presente y hace que nuestra percepción de la realidad no sea muy precisa. Y ¿para qué necesitamos una percepción precisa de la realidad? Para aumentar las ventas, por ejemplo, o para disfrutar de los momentos felices.
En función de los pensamientos que tenemos, nuestro sistema límbico prepara unos “cócteles químicos” que recorren nuestro cuerpo y generan las sensaciones físicas que nos hacen sentir las emociones. Por lo tanto, cuando escogemos pensar en los problemas, el cerebro envía las sustancias químicas que nos hacen sentir mal, preocuparnos o estresarnos. Y si lo repetimos una y otra vez, entonces se genera un “programa automático” que se activa ante cualquier contratiempo.
 Todos sabemos que no podemos controlar muchas de las cosas que nos pasan, lo único que podemos controlar es cómo todo lo que nos pasa nos hace sentir. 
Según cómo estamos por dentro, nos mostramos por fuera. Por eso, cuando hemos pasado un mal día en el trabajo y llegamos a casa, muchas veces no es necesario que demos explicaciones a nuestros seres queridos porque se dan cuenta que el día no ha sido maravilloso. Lo adivinan sólo vernos entrar, por nuestros gestos o por nuestro tono de voz.
Hace unos meses, una empresa juntamente con Escodi realizó una formación con herramientas de programación neurolingüística y coaching para motivar a su equipo de ventas. Se trataba de un equipo entusiasta y comprometido que estaba obteniendo unos resultados no tan satisfactorios. El equipo estaba desanimado y dudaba de sus capacidades. Aunque este era el estado general de todos los miembros del grupo, había una vendedora joven, y la última en incorporarse al equipo, que conseguía llegar a sus objetivos diarios, incluso, muchos días los superaba.
Expliqué al grupo que, si hacemos siempre lo mismo, obtenemos siempre los mismos resultados. Por eso dedicamos la primera sesión de trabajo a encontrar aquello que estaban haciendo bien y cuáles eran los comportamientos individuales que podían generalizarse para mejorar resultados. Casi inmediatamente empezaron a elogiar a la vendedora más joven asegurando que ella “tenía imán” para los clientes. 
Los compañeros explicaban que los clientes que decían que sólo “querían mirar”, cuando después decidían preguntar algo sobre el producto, se dirigían casi siempre a ella. ¿Cuál era su “imán”? Ella estaba feliz por haber encontrado trabajo después de mucho buscar, un puesto de trabajo que le permitía aportar dinero a casa, a una familia con los padres en paro. Para ella, cada cliente era una oportunidad de aumentar sus ingresos gracias a la comisión que recibía de cada venta. Y aunque su salario no era todavía suficiente para la estabilidad económica familiar, ella, de manera natural, decidía pensar en la suerte de haber encontrado trabajo y no en la desgracia de que sus padres no tuvieran. 
Con estos pensamientos en su mente, su sistema límbico generaba las sustancias químicas que la hacían sentir bien y, cuando se sentía bien por dentro, lo demostraba por fuera con su comportamiento exterior (con una sonrisa, una actitud positiva, con su tono de voz, con su mirada...). Los clientes lo percibían de manera inconsciente. Por eso solicitaban su ayuda cuando la necesitaban. 
<h2 class="p5">La automotivación es fácil</h2>
Después de esta primera sesión, motivar al equipo fue fácil. A todos les quedó claro que la motivación no puede venir de fuera, que la motivación, en realidad, es automotivación. La motivación depende de la razón por la cual hacemos el trabajo que hacemos, qué nos aporta o qué conseguimos. Y cuando las respuestas a estas preguntas se centran en encontrar aquello que es positivo, es cuando nos motivamos.
Para mejorar, es muy importante focalizarnos en lo que nos hace sentir bien, concentrarnos en lo que podemos cambiar porque depende de nosotros, y apartar los pensamientos negativos de nuestra mente. Cuando expreso esta pauta en mis seminarios o conferencias, suelen decirme: “Sí. ¡Cómo si fuera tan fácil!”
Pues sí, es fácil. Sólo se tiene que aplicar la herramienta de programación neurolingüística llamada “actuar como si...”: Levántate y compórtate cómo si todo te fuera de maravilla, anda con una posición levantada, sonríe, observa tu entorno, escúchalo y repítete frases positivas. Es así como enseñarás a tu sistema límbico a repartir por tu cuerpo los neurotransmisores que te harán sentir bien. Con este estado emocional será más fácil seguir manteniendo pensamientos positivos y crearás un programa automático que formará parte de tu personalidad. Finalmente, te convertirás en una de estas personas que “tienen imán” para vender más y, lo que es más importante, para ser feliz y ayudar a tu entorno también a serlo.
Anna Flores, 
especialista en PNL y profesora de Escodi, la Universidad del Comercio
www.escodi.com

Actualmente hay muchas disciplinas, metodologías e incluso terapias que hablan de la importancia de “vivir el presente”, de ser consciente “del aquí y del ahora”. Pero ¿qué significa vivir el presente? Estar en contacto con la realidad en cada momento. Significa no llegar conduciendo al trabajo sin saber por dónde has pasado exactamente. Significa no estar en casa pensando en el problema que ha habido con un cliente... y al revés

Ser feliz... y ¡vender más!

Ser feliz... y ¡vender más!